miércoles, 15 de abril de 2015

La era de Acuario sufre en Europa dolores de parto

España vista desde Barcelona por unos ex no-inmigrantes de los EE.UU.


Inauguramos este blog en el que pretendemos tender puentes entre Europa y América con una perspectiva de Europa, focalizada en España y en Barcelona, nuestra ciudad de origen, adonde hemos regresado después de haber recalado unos quince años en el sudeste de los Estados Unidos, en el estado de la Florida. Queremos mantener vivo por este medio un diálogo abierto con todos nuestros amigos que nos recuerdan –y a quienes recordamos-- en la otra orilla del Atlántico, y, por supuesto, a los que hemos recuperado en la tierra que nos vio nacer. Para todos, un cariñoso abrazo. Esperamos que compartan con afecto y respeto esta ventana a la era de Acuario a la que podemos y queremos que todos se asomen: una ventana a los nuevos tiempos que nos honra vivir como protagonistas que somos. Queremos que cada uno se ponga el delantal de pintor o de escultor para diseñar con sus pinceles o su cincel y se reconozca como artista de este nuevo y apasionante proyecto.
¡Bienvenidos a esta nueva andadura!
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Iniciábamos el año 2015 con una noticia que nos heló la sangre: un grupo de terroristas islámicos irrumpió en las oficinas de la revista francesa Charlie Hebdo en París y asesinó a bocajarro a un grupo de periodistas que se encontraban reunidos. El motivo: unas viñetas que la revista había publicado anteriormente que resultaron ofensivas a los seguidores de Alá.
El 9 de abril nos levantamos con una noticia más escalofriante si cabe, por su potencialidad homicida y por su mayor cercanía. La policía autonómica de Cataluña ha desmantelado una red yihadista que presuntamente planeaba atentar en Barcelona. Hay quien todavía duda de la certeza de hechos como éste, pero yo no. Sin ir más lejos, una amiga mía, abogada de profesión, asistió en el turno de oficio a una muchacha musulmana que quería divorciarse, y por algún otro tema de índole familiar. Le prestó el servicio, dando cumplimiento a las peticiones de la mujer en lo que la ley la podía asistir. Poco tiempo después vio una noticia en la que habían detenido a unos cuantos presuntos yihadistas. Reconoció en uno de los rostros a la mujer que en fechas recientes le había pedido asesoramiento legal. Mi amiga no salía de su asombro. “¡La chica a la que asistí en el turno de oficio!”, exclamó boquiabierta.
El año 2014 terminó con un balance no menos convulsionado que el actual: una crisis económica galopante en Europa, como no se había visto en muchos años, que ha lastrado sobre todo a los países del sur, y ha producido la consiguiente quiebra social y familiar: abuelos que mantienen a hijos y nietos a menudo con una exigua pensión, familias y juventud rotas por la escasez y la falta de oportunidades, menores de edad que se alimentan únicamente en escuelas y centros de acogida, y un largo etcétera. Una situación alarmante pese a la lente de aumento con que suelen relatar la actualidad los noticieros;  espejo de la triste realidad por mucho que el Gobierno de España se empeñe en decir que ya hemos salido de la crisis.
He sido testimonio de algunos de estos hechos desde que regresamos a nuestra Barcelona natal en abril de 2014; y si bien no estamos en el umbral de un “corralito” ni de una guerra civil, sí he visto personas durmiendo en cajeros automáticos y otras muchas pidiendo limosna en la calle, con aspecto de no haberlo hecho nunca. También es cierto que he tenido ocasión de reunirme con antiguas amistades de la escuela y la universidad después de veinte o treinta años, para comprobar –con gran alegría de mi parte—que todos, salvo una sola excepción, mantienen sus empleos y, por lo tanto, pueden dar sustento a sus familias. Eso sí, el empleo es el mismo de hace veinticinco años, para la mayoría.
Que España no es un país de oportunidades no es un secreto para casi nadie. Mucha gente ha tocado fondo y encontrar trabajo es una gesta diría casi pírrica. Un derecho reservado para unos pocos entre los pocos. Las cosas están lentas, para qué nos vamos a engañar. Esto no es Estados Unidos, y aquí no existe en dinamismo del otro lado del charco. No existía antes y mucho menos ahora.
Al poco de nuestra recuperada residencia, después de pasar cerca de quince años en los Estados Unidos, vivimos con expectativa las elecciones plebiscitarias de Escocia y con cercanía las no plebiscitarias –al menos formalmente— de Cataluña, nuestra tierra, ambas sondeando la opinión pública acerca de la voluntad del pueblo en cuanto a la independencia respecto del país al que han estado unidas, en el caso de Escocia, el Reino Unido; en el caso de Cataluña, España.
Sorprende sobremanera la extraña situación conyugal entre Cataluña y España después de haber pasado años en un país –los Estados Unidos— mucho más grande, pero mucho más unido en lo que a patriotismo se refiere.
Vimos días atrás la película El francotirador, dirigida por Clint Eastwood, basada en la historia real de un francotirador (Chris Kyle) que estuvo en Irak en varias ocasiones y las gestas patrióticas –computadas en blancos certeros sobre la población iraquí-- que desplegó en defensa de su país. Es ciertamente, como algunos críticos afirman, un alarde de patriotismo yankie, para qué negarlo. Pero, ¿no será que esos mismos que lo critican esconden algo de envidia? Por mi parte, no se me ocurre una producción nacional protagonizada por un cuerpo de élite en un país en guerra ondeando la bandera española para orgullo de unos cuantos.
No hace falta ser un lince para percatarse de que en España no existe tal sentimiento de unidad de un extremo al otro del país, un sentimiento que se palpa ausente. El matrimonio de Isabel y Fernando fue una hábil maniobra política, como era habitual en la época entre las monarquías soberanas, y posiblemente tuvo trasfondo sentimental, no lo niego. Pero recordemos que los reinos de Castilla y Aragón siguieron estando separados y no fue sino hasta más de dos siglos después que la monarquía absolutista de los Borbones (procedente de Francia) grabó a fuego, de la mano de Felipe V y su Decreto de Nueva Planta (1714), la enseña de unidad nacional a costa de aniquilar vidas, derechos y libertades (esto es, una lengua propia, unos fueros y unas instituciones propias, etc.) a una parte de sus “nuevos súbditos”. Se acabó la federación de reinos y regiones que hasta entonces había dado contenido a lo que ahora denominamos España.
Ojo, no es el mío un planteamiento revisionista de la historia, que es la que fuera, y desde luego no pretendo dar pábulo a argumentación y debate históricos al respecto; pues creo que en estos asuntos ya lejanos lo mejor es echarlos al fuego transmutador para despertar al día siguiente con un peso más liviano. Ahorra mucha saliva, dolores de cabeza y preocupaciones. Lo que, desde mi condición adoptada hace unos años de ciudadana del mundo, sí observo –y he aquí mi aproximación al tema— es una falta de unión verdadera entre unos y otros, un sentimiento de apoyo, y no me refiero a los gestos solidarios comunes e identificadores de las gentes de aquí; me refiero a los más mínimos gestos de respeto y –por qué no—admiración que caracterizan sin duda a un matrimonio bien avenido, después de diez años o de quinientos. Y eso es algo que se echa en falta en ese matrimonio entre Castilla (y sus reinos anexionados) y Aragón (o lo que fuera una parte de ese reino).
El tiempo dirá qué caminos le queda por recorrer junta a tal “unión”, porque nadie que yo conozca tiene la bola de cristal. O si tal vez ese matrimonio resulta que está haciendo más karma negativo que el que salda estando junto. La historia desde Felipe V hasta el actual Felipe VI no muestra desde luego un panorama que llene de orgullo a nadie. España inició a partir del siglo XVIII un declive del que ya no se recuperó. Los gobiernos del XIX fueron inestables y poco garantistas de libertades. Y del XX, mejor no hablar. Sólo en el último cuarto de siglo se abrió una puerta a las libertades gracias a una Constitución que puso las bases de un Estado de Derecho, un ejercicio de funambulismo que dio comienzo a la llamada Transición, período que muchos dan por acabado pero, en mi modesta opinión, visto después de residir en un país con una democracia –me gusta más hablar de Libertad-- más consolidada, yo no daría por zanjado. Sólo hay que leer algunos artículos en ciertos periódicos nacionales, y el hedor que emanan a tiempos presuntamente superados.
No me cabe duda de que Dios tiene un plan para resolver esta compleja realidad –o cúmulo de complejidades-- llamada España. No es un plan A ni un plan B, que sin duda siempre tiene a mano en su ilimitada ingeniería cósmica. Es el plan divino. Y puesto que ya nos encontramos en la era de Acuario, cosmológicamente hablando, el nuevo día está a la vuelta de la esquina. Que muestre un panorama más alentador depende de nosotros. Eso es lo que los portadores de Luz invocamos: no la voluntad de unos o de otros, lo cual tiene un nombre que es partidismo. Invocamos la voluntad de Dios.
No engaño a nadie cuando explico en Europa que en los Estados Unidos ya se vive la era de Acuario, una era de mayor espiritualidad conviviendo con la tecnología y los vientos de libertad. A poco que entables conversación con uno u otro individuo en distintos puntos de la geografía estadounidense, no tardas en encontrar a alguien inmerso en una u otra corriente espiritual. Muchos son los que han oído hablar de Saint Germain o de la llama violeta. No exagero: lo he visto. Y esa es la verdadera libertad de culto que deberíamos envidiar en otros países donde existe de iure pero no de facto.
Caso muy distinto es el de Europa, donde se vive la espiritualidad de la nueva era aún con miedo, con cierto grado de clandestinidad y algo de pudor, porque empieza a confundirse a Dios con fanatismo y eso no beneficia a nadie. En España sabemos algo de eso: nos avalan más de quinientos años de “celo” religioso; porque la Inquisición sólo se derogó de iure, no de facto.
No es por casualidad que la palabra DIOS suena pasada de moda y trasnochada en el viejo continente, hasta tal punto que muchos prefieren hablar de “energía” o de “luz universal” u otras denominaciones eufemísticas. Dicen que sí, que hay algunos grupos pequeños de teósofos, de gnósticos y de tal o cual cosa. Lo que sí se palpa es mucha confusión y muchos enganchados en el miasma de lo paranormal cerrándose con ello las puertas a lo etérico, que reside unos escalones más arriba. Quizá estemos mejor que en Francia, donde el ateísmo disfrazado de laicismo ha traído una oleada de generaciones descreídas y Dios sabe si de terroristas. Sea lo que fuere, en España seguimos mirando hacia el norte como la señal de progreso y la solución a nuestros problemas, en lugar de mirar hacia el cielo y pedir ayuda a Dios y sus numerosas huestes, quienes saben y tienen más respuestas que Ángela Merkel (pese a su inspirador nombre) o François Hollande.
Dios, ese gran desconocido en Europa, a quien ya sólo veneran y rezan unos cuantos ancianos en las iglesias y unos pocos jóvenes el domingo de Ramos. Qué desperdicio, tantas iglesias y tan hermosas. Tantas almas piadosas que se dejaron la vida para construirlas, con sus ábsides y bóvedas, sus chapiteles apuntando al cielo al que anhelaban tocar con las puntas de los dedos y de las almas.
Por supuesto creo que esta era de Acuario ha de ser una era en la que cada uno decida cómo quiere que sea su vida, y cuál es su nación. Lo contrario chirría con la esencia y el significado más sincero de Acuario. Y eso ha de llevarnos a sentirnos más cerca y no más lejos, porque sólo en el ejercicio del respeto y la admiración podemos entablar buenas relaciones conyugales o de vecindad. Aunque para llegar a ello hay que blandir la espada y cortar el odio y el miedo. No será hasta entonces que proclamaremos la verdadera libertad de nuestra alma.
Recuerdo una ocasión, una de las muchas en las que he realizado ejercicios de pedagogía con los ciudadanos estadounidenses. Le explicaba a uno que en España se hablan cuatro lenguas que son cooficiales en sus territorios junto con el español, etcétera. El muchacho me miró atónito y con ese sentido común y sintético que tienen los americanos me preguntó: ¿Entonces el resto de españoles aprenden esos otros idiomas? Me quedé a cuadros. ¡Que lógica más aplastante y a la vez vergonzosa! ¿A cuántos españoles les interesa aprender catalán, vasco o gallego? ¿A cuántos?
Está claro que la Constitución Española de 1975 quiso poner orden a varios asuntos urgentes, entre ellos el de las lenguas de las comunidades llamadas “históricas”, que Franco había prohibido. Pero por supuesto lo que no podía hacer era inspirar un deseo de empaparse de esa cultura o literatura, porque su papel no era ese. Y me temo que tampoco lo fue el de muchos gobiernos centrales que lo único que han hecho ha sido limitarse a realizar un acto de tolerancia. Las actividades promocionales de cada lengua,  ¡que las hagan sus ciudadanos en sus territorios!
Dios, inmutable, siempre misericordioso y lleno de amor, no deja de manifestarse, sin embargo, en nuestras cotidianidad, allá donde se le niega y escupe, tanto a Él como a sus elegidos, difuminado en la Impersonalidad impersonal a través de la solidaridad, de las buenas obras y el amor al prójimo anónimo que prodigan tantos voluntarios de un extremo al otro de la geografía española. ¿Acaso la propia Naturaleza no nos regala Su más preciada esencia?
A ese espíritu de unidad es al que apelo hoy. Al Espíritu que no puede contenerse en la forma y que, sin embargo, habita inmortalmente en ella como fuego sagrado inteligente, que fluye libremente y que arde sobre el altar del corazón de todo hijo e hija de Dios*. Porque creo firmemente en la hermandad de los pueblos, y me siento profundamente catalana cuando veo y vivo la tierra donde nací en esta vida, igual que me siento profundamente americana cuando veo y vivo la tierra donde he aspirado profundas bocanadas de aires de libertad.
No importa dónde miremos, Dios está presente, lo reconozcamos o no. Ahí radica su magnificencia. ¡Oh, Dios, qué grande eres!

*Djwal Kul, Activar los chakras, Porcia Ed., 2003, pág. 90.