España vista desde
Barcelona por unos ex no-inmigrantes de los EE.UU.
Inauguramos
este blog en el que pretendemos tender puentes entre Europa y América con una
perspectiva de Europa, focalizada en España y en Barcelona, nuestra ciudad de
origen, adonde hemos regresado después de haber recalado unos quince años en el
sudeste de los Estados Unidos, en el estado de la Florida. Queremos mantener
vivo por este medio un diálogo abierto con todos nuestros amigos que nos
recuerdan –y a quienes recordamos-- en la otra orilla del Atlántico, y, por
supuesto, a los que hemos recuperado en la tierra que nos vio nacer. Para
todos, un cariñoso abrazo. Esperamos que compartan con afecto y respeto esta
ventana a la era de Acuario a la que podemos y queremos que todos se asomen:
una ventana a los nuevos tiempos que nos honra vivir como protagonistas que
somos. Queremos que cada uno se ponga el delantal de pintor o de escultor para
diseñar con sus pinceles o su cincel y se reconozca como artista de este nuevo
y apasionante proyecto.
¡Bienvenidos
a esta nueva andadura!
***
Iniciábamos
el año 2015 con una noticia que nos heló la sangre: un grupo de terroristas islámicos
irrumpió en las oficinas de la revista francesa Charlie Hebdo en París y asesinó
a bocajarro a un grupo de periodistas que se encontraban reunidos. El motivo:
unas viñetas que la revista había publicado anteriormente que resultaron
ofensivas a los seguidores de Alá.
El 9 de
abril nos levantamos con una noticia más escalofriante si cabe, por su
potencialidad homicida y por su mayor cercanía. La policía autonómica de
Cataluña ha desmantelado una red yihadista que presuntamente planeaba atentar
en Barcelona. Hay quien todavía duda de la certeza de hechos como éste, pero yo
no. Sin ir más lejos, una amiga mía, abogada de profesión, asistió en el turno
de oficio a una muchacha musulmana que quería divorciarse, y por algún otro
tema de índole familiar. Le prestó el servicio, dando cumplimiento a las
peticiones de la mujer en lo que la ley la podía asistir. Poco tiempo después
vio una noticia en la que habían detenido a unos cuantos presuntos yihadistas.
Reconoció en uno de los rostros a la mujer que en fechas recientes le había
pedido asesoramiento legal. Mi amiga no salía de su asombro. “¡La chica a la
que asistí en el turno de oficio!”, exclamó boquiabierta.
El año 2014
terminó con un balance no menos convulsionado que el actual: una crisis económica
galopante en Europa, como no se había visto en muchos años, que ha lastrado sobre
todo a los países del sur, y ha producido la consiguiente quiebra social y familiar:
abuelos que mantienen a hijos y nietos a menudo con una exigua pensión,
familias y juventud rotas por la escasez y la falta de oportunidades, menores
de edad que se alimentan únicamente en escuelas y centros de acogida, y un largo
etcétera. Una situación alarmante pese a la lente de aumento con que suelen
relatar la actualidad los noticieros; espejo de la triste realidad por mucho que el
Gobierno de España se empeñe en decir que ya hemos salido de la crisis.
He sido
testimonio de algunos de estos hechos desde que regresamos a nuestra Barcelona
natal en abril de 2014; y si bien no estamos en el umbral de un “corralito” ni
de una guerra civil, sí he visto personas durmiendo en cajeros automáticos y
otras muchas pidiendo limosna en la calle, con aspecto de no haberlo hecho
nunca. También es cierto que he tenido ocasión de reunirme con antiguas
amistades de la escuela y la universidad después de veinte o treinta años, para
comprobar –con gran alegría de mi parte—que todos, salvo una sola excepción,
mantienen sus empleos y, por lo tanto, pueden dar sustento a sus familias. Eso
sí, el empleo es el mismo de hace veinticinco años, para la mayoría.
Que España
no es un país de oportunidades no es un secreto para casi nadie. Mucha gente ha
tocado fondo y encontrar trabajo es una gesta diría casi pírrica. Un derecho reservado
para unos pocos entre los pocos. Las cosas están lentas, para qué nos vamos a
engañar. Esto no es Estados Unidos, y aquí no existe en dinamismo del otro lado
del charco. No existía antes y mucho menos ahora.
Al poco de
nuestra recuperada residencia, después de pasar cerca de quince años en los
Estados Unidos, vivimos con expectativa las elecciones plebiscitarias de
Escocia y con cercanía las no plebiscitarias –al menos formalmente— de Cataluña,
nuestra tierra, ambas sondeando la opinión pública acerca de la voluntad del
pueblo en cuanto a la independencia respecto del país al que han estado unidas,
en el caso de Escocia, el Reino Unido; en el caso de Cataluña, España.
Sorprende
sobremanera la extraña situación conyugal entre Cataluña y España después de
haber pasado años en un país –los Estados Unidos— mucho más grande, pero mucho
más unido en lo que a patriotismo se refiere.
Vimos días
atrás la película El francotirador,
dirigida por Clint Eastwood, basada en la historia real de un francotirador (Chris
Kyle) que estuvo en Irak en varias ocasiones y las gestas patrióticas –computadas
en blancos certeros sobre la población iraquí-- que desplegó en defensa de su
país. Es ciertamente, como algunos críticos afirman, un alarde de patriotismo
yankie, para qué negarlo. Pero, ¿no será que esos mismos que lo critican esconden
algo de envidia? Por mi parte, no se me ocurre una producción nacional
protagonizada por un cuerpo de élite en un país en guerra ondeando la bandera
española para orgullo de unos cuantos.
No hace
falta ser un lince para percatarse de que en España no existe tal sentimiento de
unidad de un extremo al otro del país, un sentimiento que se palpa ausente. El
matrimonio de Isabel y Fernando fue una hábil maniobra política, como era
habitual en la época entre las monarquías soberanas, y posiblemente tuvo
trasfondo sentimental, no lo niego. Pero recordemos que los reinos de Castilla
y Aragón siguieron estando separados y no fue sino hasta más de dos siglos después
que la monarquía absolutista de los Borbones (procedente de Francia) grabó a
fuego, de la mano de Felipe V y su Decreto de Nueva Planta (1714), la enseña de
unidad nacional a costa de aniquilar vidas, derechos y libertades (esto es, una
lengua propia, unos fueros y unas instituciones propias, etc.) a una parte de
sus “nuevos súbditos”. Se acabó la federación de reinos y regiones que hasta
entonces había dado contenido a lo que ahora denominamos España.
Ojo, no es
el mío un planteamiento revisionista de la historia, que es la que fuera, y
desde luego no pretendo dar pábulo a argumentación y debate históricos al
respecto; pues creo que en estos asuntos ya lejanos lo mejor es echarlos al
fuego transmutador para despertar al día siguiente con un peso más liviano. Ahorra
mucha saliva, dolores de cabeza y preocupaciones. Lo que, desde mi condición
adoptada hace unos años de ciudadana del mundo, sí observo –y he aquí mi
aproximación al tema— es una falta de unión verdadera entre unos y otros, un
sentimiento de apoyo, y no me refiero a los gestos solidarios comunes e
identificadores de las gentes de aquí; me refiero a los más mínimos gestos de
respeto y –por qué no—admiración que caracterizan sin duda a un matrimonio bien avenido, después de diez
años o de quinientos. Y eso es algo que se echa en falta en ese matrimonio
entre Castilla (y sus reinos anexionados) y Aragón (o lo que fuera una parte de
ese reino).
El tiempo dirá
qué caminos le queda por recorrer junta a tal “unión”, porque nadie que yo
conozca tiene la bola de cristal. O si tal vez ese matrimonio resulta que está
haciendo más karma negativo que el que salda estando junto. La historia desde
Felipe V hasta el actual Felipe VI no muestra desde luego un panorama que llene
de orgullo a nadie. España inició a partir del siglo XVIII un declive del que
ya no se recuperó. Los gobiernos del XIX fueron inestables y poco garantistas
de libertades. Y del XX, mejor no hablar. Sólo en el último cuarto de siglo se
abrió una puerta a las libertades gracias a una Constitución que puso las bases
de un Estado de Derecho, un ejercicio de funambulismo que dio comienzo a la
llamada Transición, período que muchos dan por acabado pero, en mi modesta
opinión, visto después de residir en un país con una democracia –me gusta más
hablar de Libertad-- más consolidada, yo no daría por zanjado. Sólo hay que
leer algunos artículos en ciertos periódicos nacionales, y el hedor que emanan
a tiempos presuntamente superados.
No me cabe
duda de que Dios tiene un plan para resolver esta compleja realidad –o cúmulo de
complejidades-- llamada España. No es un plan A ni un plan B, que sin duda
siempre tiene a mano en su ilimitada ingeniería cósmica. Es el plan divino. Y
puesto que ya nos encontramos en la era de Acuario, cosmológicamente hablando, el
nuevo día está a la vuelta de la esquina. Que muestre un panorama más alentador
depende de nosotros. Eso es lo que los portadores de Luz invocamos: no la voluntad
de unos o de otros, lo cual tiene un nombre que es partidismo. Invocamos la
voluntad de Dios.
No engaño a
nadie cuando explico en Europa que en los Estados Unidos ya se vive la era de
Acuario, una era de mayor espiritualidad conviviendo con la tecnología y los
vientos de libertad. A poco que entables conversación con uno u otro individuo
en distintos puntos de la geografía estadounidense, no tardas en encontrar a
alguien inmerso en una u otra corriente espiritual. Muchos son los que han oído
hablar de Saint Germain o de la llama violeta. No exagero: lo he visto. Y esa
es la verdadera libertad de culto que deberíamos envidiar en otros países donde
existe de iure pero no de facto.
Caso muy
distinto es el de Europa, donde se vive la espiritualidad de la nueva era aún
con miedo, con cierto grado de clandestinidad y algo de pudor, porque empieza a
confundirse a Dios con fanatismo y eso no beneficia a nadie. En España sabemos
algo de eso: nos avalan más de quinientos años de “celo” religioso; porque la
Inquisición sólo se derogó de iure,
no de facto.
No es por
casualidad que la palabra DIOS suena pasada de moda y trasnochada en el viejo
continente, hasta tal punto que muchos prefieren hablar de “energía” o de “luz
universal” u otras denominaciones eufemísticas. Dicen que sí, que hay algunos
grupos pequeños de teósofos, de gnósticos y de tal o cual cosa. Lo que sí se
palpa es mucha confusión y muchos enganchados en el miasma de lo paranormal
cerrándose con ello las puertas a lo etérico, que reside unos escalones más
arriba. Quizá estemos mejor que en Francia, donde el ateísmo disfrazado de
laicismo ha traído una oleada de generaciones descreídas y Dios sabe si de
terroristas. Sea lo que fuere, en España seguimos mirando hacia el norte como
la señal de progreso y la solución a nuestros problemas, en lugar de mirar
hacia el cielo y pedir ayuda a Dios y sus numerosas huestes, quienes saben y
tienen más respuestas que Ángela Merkel (pese a su inspirador nombre) o
François Hollande.
Dios, ese
gran desconocido en Europa, a quien ya sólo veneran y rezan unos cuantos
ancianos en las iglesias y unos pocos jóvenes el domingo de Ramos. Qué desperdicio,
tantas iglesias y tan hermosas. Tantas almas piadosas que se dejaron la vida
para construirlas, con sus ábsides y bóvedas, sus chapiteles apuntando al cielo
al que anhelaban tocar con las puntas de los dedos y de las almas.
Por supuesto
creo que esta era de Acuario ha de ser una era en la que cada uno decida cómo
quiere que sea su vida, y cuál es su nación. Lo contrario chirría con la
esencia y el significado más sincero de Acuario. Y eso ha de llevarnos a
sentirnos más cerca y no más lejos, porque sólo en el ejercicio del respeto y
la admiración podemos entablar buenas relaciones conyugales o de vecindad.
Aunque para llegar a ello hay que blandir la espada y cortar el odio y el
miedo. No será hasta entonces que proclamaremos la verdadera libertad de
nuestra alma.
Recuerdo una
ocasión, una de las muchas en las que he realizado ejercicios de pedagogía con
los ciudadanos estadounidenses. Le explicaba a uno que en España se hablan
cuatro lenguas que son cooficiales en sus territorios junto con el español, etcétera.
El muchacho me miró atónito y con ese sentido común y sintético que tienen los
americanos me preguntó: ¿Entonces el resto de españoles aprenden esos otros
idiomas? Me quedé a cuadros. ¡Que lógica más aplastante y a la vez vergonzosa!
¿A cuántos españoles les interesa aprender catalán, vasco o gallego? ¿A cuántos?
Está claro
que la Constitución Española de 1975 quiso poner orden a varios asuntos urgentes,
entre ellos el de las lenguas de las comunidades llamadas “históricas”, que
Franco había prohibido. Pero por supuesto lo que no podía hacer era inspirar un
deseo de empaparse de esa cultura o literatura, porque su papel no era ese. Y
me temo que tampoco lo fue el de muchos gobiernos centrales que lo único que han
hecho ha sido limitarse a realizar un acto de tolerancia. Las actividades
promocionales de cada lengua, ¡que las
hagan sus ciudadanos en sus territorios!
Dios,
inmutable, siempre misericordioso y lleno de amor, no deja de manifestarse, sin
embargo, en nuestras cotidianidad, allá donde se le niega y escupe, tanto a Él
como a sus elegidos, difuminado en la Impersonalidad impersonal a través de la
solidaridad, de las buenas obras y el amor al prójimo anónimo que prodigan
tantos voluntarios de un extremo al otro de la geografía española. ¿Acaso la
propia Naturaleza no nos regala Su más preciada esencia?
A ese espíritu
de unidad es al que apelo hoy. Al Espíritu que no puede contenerse en la forma
y que, sin embargo, habita inmortalmente en ella como fuego sagrado
inteligente, que fluye libremente y que arde sobre el altar del corazón de todo
hijo e hija de Dios*. Porque creo firmemente en la hermandad de los pueblos, y
me siento profundamente catalana cuando veo y vivo la tierra donde nací en esta
vida, igual que me siento profundamente americana cuando veo y vivo la tierra
donde he aspirado profundas bocanadas de aires de libertad.
No importa dónde
miremos, Dios está presente, lo reconozcamos o no. Ahí radica su magnificencia.
¡Oh, Dios, qué grande eres!
*Djwal Kul, Activar los chakras, Porcia Ed., 2003, pág.
90.