miércoles, 22 de abril de 2020

La pregunta del millón de dólares

Hoy cumplimos cuarenta días de confinamiento. Una cifra con clave espiritual.

Que en Occidente no solemos ser ejemplo de la paciencia no es un secreto para casi nadie. No hay más que mirar a los países asiáticos: toque de queda por el virus y todos se quedan en casa. Vi un reportaje en el que en la China ni siquiera podían salir a comprar los días del confinamiento. Unos encargados del gobierno iban a los barrios a repartir la comida. Y ahora ya vemos que no solo han levantado ya hace días el toque de queda sino que están empezando a abrir los comercios y volviendo a la normalidad. Las medidas para viajar, sin embargo, son muy estrictas y los controles, feroces.

En este lado del planeta (Europa) --no sé si llamarlo el Próximo Occidente de esos orientales-- ha habido de todo. Los países del norte, algunos más relajados con el confinamiento, como Suecia o Holanda, han recibido críticas de sus vecinos por no estrechar más el cerco al virus y poner como norma el distanciamiento social, por ejemplo. Será que consideran que su escasa población les da luz verde a la libertad de movimiento. No es el caso de Holanda, un país casi del tamaño de Maryland con una población tres veces mayor, y equiparable a la de Ecuador. Mal asunto cuando se ha mezclado la política con la sanidad. El Prime Minister del Reino Unido, sin ir más lejos, auguraba un futuro calmo y próspero para su país, pensando tal vez que su aislamiento físico por ser una isla ya le salvaría de la catástrofe, cosa que, obviamente, no ocurrió. El propio Boris se contagió y se tuvo que ir a la UCI. A Dios gracias, y a muchos que rezaron por él, se recuperó y salió sano y salvo.

No tardó el virus en saltar al continente americano (el 'Lejano Occidente' de los asiáticos), que en este caso gozaba de cierta ventaja tras ver el funesto impacto en los continentes más allá de sus océanos. El Sr. Trump, que cuenta con la amistad y estrecha alianza del Prime británico, hizo lo propio: plantar cara al virus y descartar medidas de aislamiento: ejemplo --malo-- que también siguió el dignatario del Brasil. Y es que nadie tenía ni la más remota idea de lo que se avecinaba hasta que le vio las orejas al lobo. Y hasta que el virus infiltrado empezó a causar bajas entre sus habitantes. Ahí se dieron cuenta de la necesidad de tomar medidas y confinar a las personas en sus casas, que es la más segura para ellas mismas y para los demás. Pero ahora algunos estadounidenses, después de un par de semanas en casa, ya se están poniendo nerviosos. Y salen a protestar a la calle, juntitos y sin protección. ¿Será que en Occidente somos menos listos de lo que nos pensamos? ¡Ah, claro! La economía... Pero, ¿cómo pretendemos ir a trabajar en un entorno tan inseguro? donde el mayor 'riesgo' ha venido por los llamados 'asintomáticos' --aquellos que son portadores y transmisores del virus pero que no padecen síntomas.

Y la pregunta del millón de dólares sigue vigente a día de hoy: ¿De dónde salió ese enemigo del ser humano, que no distingue entre razas, fronteras, latitudes o estatus?

Mi modesta opinión, y disculpen la osadía, es que no salió del mercado de animales vivos de Wuhan, porque hace muchos años que se comen esos bichos y no les había pasado nada así. Yo no me lo creo. Más bien me parece que salió del laboratorio de la misma ciudad que maneja virus de los más peligrosos. Por supuesto las autoridades chinas harán lo indecible por guardar el secreto: la discreción, como la paciencia y la obediencia, es una des sus virtudes. Pero me atrevo a pensar que el mejor postor que se aventure a  poner ese millón de dólares encima de la mesa va a averiguarlo. Sin duda, cuando los chinos construyeron dos --no uno: DOS-- hospitales en diez días, había que pensar que la amenaza era muuuy grave. Pero claro, en Occidente somos más listos, pensarían algunos.

En fin. Este año (que es bisiesto) parece que va a ser un año de recogimiento. Hay que tomarlo como una prueba en ese sentido, todo indica. Y aprovechar esta magnífica oportunidad de PARAR tanta actividad para hacer cambios, dejar de gastar en cosas innecesarias --con el consiguiente ahorro--, organizar la casa, trabajar desde casa, LEER algún libro que nos inspire y nos ayude a entender y a transitar hacia esta nueva era. Estamos construyendo una nueva sociedad. Mientras tanto, seguiremos aquí, confinados o no, con el ay en el cuerpo de pensar por dónde nos puede asaltar el enemigo invisible. O podemos decidir qué vamos a cambiar en nuestra vida a partir de ahora, a mejorar nuestra relación con los que viven con nosotros, y a abrazarlos.

Desde luego, yo me voy a quedar en casa el tiempo que haga falta, saliendo solo a lo necesario; y cuando lo hago, me pongo la mascarilla --de las buenas, si es que lo son-- por si las moscas, me hago mis oraciones al arcángel Miguel antes de salir y ¡que Dios nos proteja!

Salud y mucha paciencia. Aprovechen la gran oportunidad de estar en casa. Y recen, aunque eso sea mirar por la ventana hacia el cielo en silencio.