martes, 16 de junio de 2015

El hambre en Estados Unidos y en el mundo. ¿Quién es responsable?

Acabo de leer un tocho de más de 600 páginas del cronista argentino afincado en Barcelona Martín Caparrós, a quien tuve el gusto de conocer este otoño pasado en una de las clases "magistrales" que dio en un curso que hice en la UPF de Barcelona.

Se titula El hambre, y lo publica Anagrama. Por si alguien le quiere echar un vistazo y verificar lo que digo más abajo.

Si bien no comparto el tono descreído y ateo que empapa el inmenso volumen, tengo que admitir que es un trabajo muy bien documentado y exhaustivo sobre el hambre en el mundo --y muy bien subvencionado: se palpa--, con un montón de cifras actualizadas y un panorama bastante realista. Vaya, que después de leerlo uno tiene una idea de cuál es el verdadero problema del hambre y dónde hay que situar a los responsables (por si alguien quiere tomar cartas en el asunto --take steps-- y llevar a cabo acciones materiales o verbales en sus oraciones, tal vez).

Reproduzco algunos pasajes que me han parecido de especial interés para el propósito de este blog:

"La obesidad es el hambre de los países ricos.Los obesos son los malnutridos --los más pobres-- del mundo más o menos rico. En estos países la malnutrición pasó del defecto al exceso: de la falta de comida a la sobra de comida basura. La malnutrición de los pobres de los países pobres consiste en comer poco y no desarrollar sus cuerpos y sus mentes; la de los pobres de los países ricos consiste en comer mucha basura barata --grasas, azúcar, sal-- y desarrollar estos cuerpos desmedidos. No son la contracara de los hambrientos: son sus pares." (pág. 344)

"En EEUU hay 25 millones de diabéticos y 80 millones de prediabéticos. Un americano nacido en 2000 tiene una chance sobre tres de ser diabético; una sobre dos si es negro o latino.
Si se mantienen los niveles actuales de obesidad, dice Jay Olshansky, médico especializado en longevidad y esas cuestiones, la esperanza de vida de los americanos puede bajar entre 5 y 15 años en las próximas décadas." (pág. 349)

"La salud de un obeso cuesta una media de 1.500 dólares anuales más que la de un flaco. La de un diabético cuesta 6.000 dólares más. La diabetes cuesta 150.000 millones por año --y la mitad de esa cifra se paga conel famoso 'dinero de los contribuyentes'. La obesidad causa una media de 300.000 muertes por año.
Esa cultura obesa [...] es el cadáver --graso-- en el ropero americano." (pág. 352)

"Sí parece cierto que las mismas industrias que los llenan [a los gordos] de basura controlan los mercados y se apropian de los recursos que podrían comer los que no comen. Los gordos y los hambrientos son víctimas --distintas-- de lo mismo." (pág. 353)

"Son, en total, 78 millones de adultos, 12 millones de chicos obesos. Y siguen aumentando. Cincuenta años atrás eran el 11,7% de los americanos. Veinticinco años atrás, el 20,6%." (pág. 354)

"Alrededor de la mitad de la comida que el mundo produce no se come" (pág. 378)

"Hoy producimos alrededor de 4.000 millones de toneladas de comida por año. Y sin embargo, a causa de malas prácticas de cosecha, almacenamiento y transporte, así como de desperdicio en la venta y consumo, se calcula que entre el 30 y el 50 por ciento --entre 1.200 y 2.000 millones de toneladas-- de esa comida nunca llega a un estómago humano. Y esa cifra ni siquiera refleja que grandes cantidades de tierra, energía, fertilizantes y agua también se pierden en la producción de alimentos que simplemente terminan como basura --dice el informe de 2013 de los ingenieros [se refiere al IMechE --Institute of Mechanical Engineers, Colegio de Ingenieros Mecánicos del Reino Unido]." (p.378)

"La FAO decía un año antes: en Europa y en EEUU el consumidor promedio desperdicia unos 100 kilos de comida por año; un asiático y un africano --¿un consumidor africano?-- no llega a los diez kilos. Y que los ciudadanos de los 20 países más ricos desperdician cada año una cantidad de comida igual a toda la producción de África Negra --unos 220 millones de toneladas.
O también, en Italia se tiran a la basura todos los años alimentos suficientes para dar de comer a 44 millones de personas, por unos 37.000 millones de euros. En EEUU, según el National Resource Defense Council, se tira el 40 por ciento de los alimentos. Una encuesta de Shelton Group dice que dos de cada cinco norteamericanos sienten 'culpa verde' por desperdiciar comida.
Dicho de otro modo: cada día los ingleses tiran una media de cuatro millones de manzanas, cinco millones de papas, millón y medio de bananas.
Tirar comida es un claro efecto --uno de los efectos más brutales-- de la sobreabundancia.
La ciudad de Buenos Aires tira entre 200 y 250 toneladas de alimentos por día: unas 550.000 raciones de comida." (p. 379)

"El argumento de la eficacia retoma la línea Monsanto, que se presenta como un benefactor de la humanidad cuando dice en su página web que 'para alimentar a la creciente población mundial los agricultores deben producr, en los próximos 50 años, más comida que toda la que produjeron en los últimos 10.000. Estamos trabajando para duplicar las cosechas de nuestros cultivos principales antes de 2030'.
Lo que no dicen --ni Monsanto ni los demás apropiadores de tierras del OtroMundo-- es que el planeta ya produce comida suficiente para alimentar a 12.000 millones de personas y que, aun así, mil millones no comen suficiente. Que con sólo los granos que se producen actualmente en el mundo --sin contar verduras, legumbres, raíces, frutas, carnes, pescados-- alcanzaría para que cada hombre o mujer o chico comiera 3.200 calorías por día: un 50 por ciento más de lo que necesitan. Que siempre es mejor producir más comida --será más fácil, más barata, más accesible-- pero que el problema, en síntesis, no está en que no haya comida sino en que algunos se la llevan toda. Y que estas explotaciones no solucionan sino, al contrario, agudizan ese respeto injusto.
El movimiento colonial que llamamos apropiación de tierras es la puesta en escena más grosera, más brutal, de la desigualdad entre países: unos usan las tierras de otros para producir los alimentos que todos necesitan; unos se los llevan, otros se quedan sin.
Dos tercios de esas tierras están en regiones donde muchas personas pasan hambre. Las tierras están, sus productos están, sólo que quienes tienen poder y dinero se los llevan a donde pueden sacarles más dinero. O, incluso, mantienen tierra improductiva para especular con el aumento de su precio --porque, al fin y al cabo, cuanto menos alimento se produzca más demanda habrá, y será más caro." (págs. 548, 549)



No me digan que no es escalofriante.

Ah, y, por favor, no me vuelvan a decir algunos de mis conocidos en América que "es que no hay suficiente tierra fértil donde cultivar". A la vista está que hay y mucha. Suficiente para alimentar a todas las bocas.

Sólo les pido que compren lo que van a necesitar para comer, no más. Y dediquen un tiempito a vaciar la nevera antes de volverla a llenar. Ese simple gesto ya puede ser un buen comienzo. Porque todos --o muchos-- compartimos esa responsabilidad de la desigualdad en el reparto cuando tomamos demasiado y, lo peor, lo tiramos a la basura porque nos ha pasado el tiempo de comerlo y ha caducado.

Nada más. Disfruten de lo que tienen. Y demos gracias por tenerlo. Hasta la próxima.










lunes, 18 de mayo de 2015

¿Quién tiene el poder en la economía mundial?


Leo en el periódico La Vanguardia del día 12 de mayo pasado (contraportada) una entrevista a Susan George, doctora en Ciencias Políticas y licenciada en Filosofia, nacida en Ohio y residente en París. La reproduzco casi entera porque me parece muy interesante la investigación que ha llevado a cabo durante 60 años acerca de las compañías que gobiernan la economía del mundo desde Estados Unidos y Europa, y sobre todo quíén pagará los platos rotos: los agricultores y los consumidores, es decir, todos nosotros.

Menciona su último libro: Los usurpadores. Cómo las empresas transnacionales toman el poder, en el cual disecciona el TTIP (Tratado de Libre Comercio Transatlántico) y explica la amenaza que representan las transnacionales: "Están muy bien organizados, tienen muchísimo dinero, acceso a los políticos, están en todos los comités de expertos europeos de todos los sectores y su capacidad de influencia es mucho mayor que la de cualquier oenegé. Sólo si la sociedad civil está informada y presiona podremos detenerlos".

Susan George explica que estas corporaciones determinan las políticas oficiales desde el comercio, las finanzas, los impuestos, la sanidad, hasta la agricultura o la alimentación, y lo hacen mediante lobbies de sectores industriales formados por organizaciones transnacionales que tienen inmensos presupuestos para intervenir en los asuntos mundiales. Hay incluso empresas --añade-- cuyo volumen de ventas supera el PIB (producto interior bruto) de muchos de los países en los que operan.

Sus investigaciones a lo largo de 60 años le han llevado a concluir que son las clases baja y media las que acaban pagando la deuda de los países en forma de austeridad o el llamado ajuste estructural, mientras que las clases privilegiadas pueden disfrutar de los préstamos y no tienen responsabilidades. A los países del sur de Europa más Irlanda les recortan los presupuestos sociales y suben impuestos a la clase trabajadora a través del IVA (Impuesto sobre el valor añadido), mientras bajan los impuestos reales a las grandes corporaciones a través de mecanismos fiscalmente un tanto opacos, preparando estratégicos tratados comerciales que negocian secretamente, de modo que ese cambio, que Susan George denomina "el ascenso de la autoridad ilegítima" se ha ido instalando.

Los gobiernos democráticos, por su parte, transfieren gran parte de sus decisiones a esos gigantes transnacionales. Todo empezó hace unos 40 años en Estados Unidos con los think tanks, reuniones de poderosos hombres de negocios que crearon la nueva ideología neoliberal --prosigue S. George--. Gastaron billones de dólares de fundaciones privadas conscientes del beneficio que les reportaría. Así fueron extendiendo sus pilares y convenciendo a la sociedad de que si no tienes dinero es responsabilidad tuya y que los impuestos más bajos para los ricos hacen una economía más fuerte.

Esos superpoderosos pertenecen a la clase Davos, esa que se reúne anualmente bajo el paraguas del Foro Económico Mundial y cuyo objetivo es sencillamente gobernar el mundo. El 85% de sus participantes provienen de corporaciones y bancos. Y llevan años planificando y luchando para instaurar la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), que es un intento de obtener una hegemonía comercial planetaria; un acuerdo que les permitirá establecer las reglas que rigen unas operaciones comerciales valoradas en 2000 millones de euros diarios y que rigen las economías de las zonas más ricas del planeta.

Los acuerdos TTIP se desvelaron en el 2013 --aclara S. George-- pero su minuciosa preparación se remonta a hace más de veinte años. Todo arrancó con el Diálogo Comercial Transatlántico (TABD) convocado por el Departamento de Comercio de EE.UU. y la Comisión Europea para armonizar las economías de ambas potencias. Las 70 empresas miembros del TABD se han dedicado desde entonces a explicar a burócratas y políticos cuáles debían ser las certificaciones y regulaciones adecuadas para que la economía funcione.

Esos acuerdos no son públicos --apostilla--, no sabemos en qué consisten los múltiples acuerdos TTIP, pero sí sabemos lo que quieren esas compañías: una carta de libertades para las transnacionales, un catálogo de derechos exentos de responsabilidades.

En cuanto a los sectores europeos más afectados por el tratado TTIP, comenta que son la alimentación y la agricultura. Los pequeños agricultores serán los grandes perdedores.

A la pregunta de cómo afectaría eso al consumidor, la respuesta es tan clara como alarmante: Ni se plantea si los europeos tienen o no derecho a saber si la carne que comen está hormonada y llena de antibióticos si aceptan que los productos modificados genéticamente no estén obligados a llevar una etiqueta que lo especifique o que se acepte tratar la fruta con plaguicidas, hoy teóricamente prohibido en Europa.

Para muestra un botón: En Europa se han prohibido 1200 productos químicos, en Estados Unidos, sólo 12. La industria química quiere que se desregulen las leyes medioambientales y laborales para vendernos sus productos. "Y podríamos seguir hablando del fracking y de los gigantes farmacéuticos".

Ciertamente son datos para meditar y para que actuemos cada uno en la medida de nuestras capacidades. Y si crees que no puedes hacer nada, estás equivocado: ponlo en manos de quién tiene el poder de verdad: Dios.

  



miércoles, 15 de abril de 2015

La era de Acuario sufre en Europa dolores de parto

España vista desde Barcelona por unos ex no-inmigrantes de los EE.UU.


Inauguramos este blog en el que pretendemos tender puentes entre Europa y América con una perspectiva de Europa, focalizada en España y en Barcelona, nuestra ciudad de origen, adonde hemos regresado después de haber recalado unos quince años en el sudeste de los Estados Unidos, en el estado de la Florida. Queremos mantener vivo por este medio un diálogo abierto con todos nuestros amigos que nos recuerdan –y a quienes recordamos-- en la otra orilla del Atlántico, y, por supuesto, a los que hemos recuperado en la tierra que nos vio nacer. Para todos, un cariñoso abrazo. Esperamos que compartan con afecto y respeto esta ventana a la era de Acuario a la que podemos y queremos que todos se asomen: una ventana a los nuevos tiempos que nos honra vivir como protagonistas que somos. Queremos que cada uno se ponga el delantal de pintor o de escultor para diseñar con sus pinceles o su cincel y se reconozca como artista de este nuevo y apasionante proyecto.
¡Bienvenidos a esta nueva andadura!
***

Iniciábamos el año 2015 con una noticia que nos heló la sangre: un grupo de terroristas islámicos irrumpió en las oficinas de la revista francesa Charlie Hebdo en París y asesinó a bocajarro a un grupo de periodistas que se encontraban reunidos. El motivo: unas viñetas que la revista había publicado anteriormente que resultaron ofensivas a los seguidores de Alá.
El 9 de abril nos levantamos con una noticia más escalofriante si cabe, por su potencialidad homicida y por su mayor cercanía. La policía autonómica de Cataluña ha desmantelado una red yihadista que presuntamente planeaba atentar en Barcelona. Hay quien todavía duda de la certeza de hechos como éste, pero yo no. Sin ir más lejos, una amiga mía, abogada de profesión, asistió en el turno de oficio a una muchacha musulmana que quería divorciarse, y por algún otro tema de índole familiar. Le prestó el servicio, dando cumplimiento a las peticiones de la mujer en lo que la ley la podía asistir. Poco tiempo después vio una noticia en la que habían detenido a unos cuantos presuntos yihadistas. Reconoció en uno de los rostros a la mujer que en fechas recientes le había pedido asesoramiento legal. Mi amiga no salía de su asombro. “¡La chica a la que asistí en el turno de oficio!”, exclamó boquiabierta.
El año 2014 terminó con un balance no menos convulsionado que el actual: una crisis económica galopante en Europa, como no se había visto en muchos años, que ha lastrado sobre todo a los países del sur, y ha producido la consiguiente quiebra social y familiar: abuelos que mantienen a hijos y nietos a menudo con una exigua pensión, familias y juventud rotas por la escasez y la falta de oportunidades, menores de edad que se alimentan únicamente en escuelas y centros de acogida, y un largo etcétera. Una situación alarmante pese a la lente de aumento con que suelen relatar la actualidad los noticieros;  espejo de la triste realidad por mucho que el Gobierno de España se empeñe en decir que ya hemos salido de la crisis.
He sido testimonio de algunos de estos hechos desde que regresamos a nuestra Barcelona natal en abril de 2014; y si bien no estamos en el umbral de un “corralito” ni de una guerra civil, sí he visto personas durmiendo en cajeros automáticos y otras muchas pidiendo limosna en la calle, con aspecto de no haberlo hecho nunca. También es cierto que he tenido ocasión de reunirme con antiguas amistades de la escuela y la universidad después de veinte o treinta años, para comprobar –con gran alegría de mi parte—que todos, salvo una sola excepción, mantienen sus empleos y, por lo tanto, pueden dar sustento a sus familias. Eso sí, el empleo es el mismo de hace veinticinco años, para la mayoría.
Que España no es un país de oportunidades no es un secreto para casi nadie. Mucha gente ha tocado fondo y encontrar trabajo es una gesta diría casi pírrica. Un derecho reservado para unos pocos entre los pocos. Las cosas están lentas, para qué nos vamos a engañar. Esto no es Estados Unidos, y aquí no existe en dinamismo del otro lado del charco. No existía antes y mucho menos ahora.
Al poco de nuestra recuperada residencia, después de pasar cerca de quince años en los Estados Unidos, vivimos con expectativa las elecciones plebiscitarias de Escocia y con cercanía las no plebiscitarias –al menos formalmente— de Cataluña, nuestra tierra, ambas sondeando la opinión pública acerca de la voluntad del pueblo en cuanto a la independencia respecto del país al que han estado unidas, en el caso de Escocia, el Reino Unido; en el caso de Cataluña, España.
Sorprende sobremanera la extraña situación conyugal entre Cataluña y España después de haber pasado años en un país –los Estados Unidos— mucho más grande, pero mucho más unido en lo que a patriotismo se refiere.
Vimos días atrás la película El francotirador, dirigida por Clint Eastwood, basada en la historia real de un francotirador (Chris Kyle) que estuvo en Irak en varias ocasiones y las gestas patrióticas –computadas en blancos certeros sobre la población iraquí-- que desplegó en defensa de su país. Es ciertamente, como algunos críticos afirman, un alarde de patriotismo yankie, para qué negarlo. Pero, ¿no será que esos mismos que lo critican esconden algo de envidia? Por mi parte, no se me ocurre una producción nacional protagonizada por un cuerpo de élite en un país en guerra ondeando la bandera española para orgullo de unos cuantos.
No hace falta ser un lince para percatarse de que en España no existe tal sentimiento de unidad de un extremo al otro del país, un sentimiento que se palpa ausente. El matrimonio de Isabel y Fernando fue una hábil maniobra política, como era habitual en la época entre las monarquías soberanas, y posiblemente tuvo trasfondo sentimental, no lo niego. Pero recordemos que los reinos de Castilla y Aragón siguieron estando separados y no fue sino hasta más de dos siglos después que la monarquía absolutista de los Borbones (procedente de Francia) grabó a fuego, de la mano de Felipe V y su Decreto de Nueva Planta (1714), la enseña de unidad nacional a costa de aniquilar vidas, derechos y libertades (esto es, una lengua propia, unos fueros y unas instituciones propias, etc.) a una parte de sus “nuevos súbditos”. Se acabó la federación de reinos y regiones que hasta entonces había dado contenido a lo que ahora denominamos España.
Ojo, no es el mío un planteamiento revisionista de la historia, que es la que fuera, y desde luego no pretendo dar pábulo a argumentación y debate históricos al respecto; pues creo que en estos asuntos ya lejanos lo mejor es echarlos al fuego transmutador para despertar al día siguiente con un peso más liviano. Ahorra mucha saliva, dolores de cabeza y preocupaciones. Lo que, desde mi condición adoptada hace unos años de ciudadana del mundo, sí observo –y he aquí mi aproximación al tema— es una falta de unión verdadera entre unos y otros, un sentimiento de apoyo, y no me refiero a los gestos solidarios comunes e identificadores de las gentes de aquí; me refiero a los más mínimos gestos de respeto y –por qué no—admiración que caracterizan sin duda a un matrimonio bien avenido, después de diez años o de quinientos. Y eso es algo que se echa en falta en ese matrimonio entre Castilla (y sus reinos anexionados) y Aragón (o lo que fuera una parte de ese reino).
El tiempo dirá qué caminos le queda por recorrer junta a tal “unión”, porque nadie que yo conozca tiene la bola de cristal. O si tal vez ese matrimonio resulta que está haciendo más karma negativo que el que salda estando junto. La historia desde Felipe V hasta el actual Felipe VI no muestra desde luego un panorama que llene de orgullo a nadie. España inició a partir del siglo XVIII un declive del que ya no se recuperó. Los gobiernos del XIX fueron inestables y poco garantistas de libertades. Y del XX, mejor no hablar. Sólo en el último cuarto de siglo se abrió una puerta a las libertades gracias a una Constitución que puso las bases de un Estado de Derecho, un ejercicio de funambulismo que dio comienzo a la llamada Transición, período que muchos dan por acabado pero, en mi modesta opinión, visto después de residir en un país con una democracia –me gusta más hablar de Libertad-- más consolidada, yo no daría por zanjado. Sólo hay que leer algunos artículos en ciertos periódicos nacionales, y el hedor que emanan a tiempos presuntamente superados.
No me cabe duda de que Dios tiene un plan para resolver esta compleja realidad –o cúmulo de complejidades-- llamada España. No es un plan A ni un plan B, que sin duda siempre tiene a mano en su ilimitada ingeniería cósmica. Es el plan divino. Y puesto que ya nos encontramos en la era de Acuario, cosmológicamente hablando, el nuevo día está a la vuelta de la esquina. Que muestre un panorama más alentador depende de nosotros. Eso es lo que los portadores de Luz invocamos: no la voluntad de unos o de otros, lo cual tiene un nombre que es partidismo. Invocamos la voluntad de Dios.
No engaño a nadie cuando explico en Europa que en los Estados Unidos ya se vive la era de Acuario, una era de mayor espiritualidad conviviendo con la tecnología y los vientos de libertad. A poco que entables conversación con uno u otro individuo en distintos puntos de la geografía estadounidense, no tardas en encontrar a alguien inmerso en una u otra corriente espiritual. Muchos son los que han oído hablar de Saint Germain o de la llama violeta. No exagero: lo he visto. Y esa es la verdadera libertad de culto que deberíamos envidiar en otros países donde existe de iure pero no de facto.
Caso muy distinto es el de Europa, donde se vive la espiritualidad de la nueva era aún con miedo, con cierto grado de clandestinidad y algo de pudor, porque empieza a confundirse a Dios con fanatismo y eso no beneficia a nadie. En España sabemos algo de eso: nos avalan más de quinientos años de “celo” religioso; porque la Inquisición sólo se derogó de iure, no de facto.
No es por casualidad que la palabra DIOS suena pasada de moda y trasnochada en el viejo continente, hasta tal punto que muchos prefieren hablar de “energía” o de “luz universal” u otras denominaciones eufemísticas. Dicen que sí, que hay algunos grupos pequeños de teósofos, de gnósticos y de tal o cual cosa. Lo que sí se palpa es mucha confusión y muchos enganchados en el miasma de lo paranormal cerrándose con ello las puertas a lo etérico, que reside unos escalones más arriba. Quizá estemos mejor que en Francia, donde el ateísmo disfrazado de laicismo ha traído una oleada de generaciones descreídas y Dios sabe si de terroristas. Sea lo que fuere, en España seguimos mirando hacia el norte como la señal de progreso y la solución a nuestros problemas, en lugar de mirar hacia el cielo y pedir ayuda a Dios y sus numerosas huestes, quienes saben y tienen más respuestas que Ángela Merkel (pese a su inspirador nombre) o François Hollande.
Dios, ese gran desconocido en Europa, a quien ya sólo veneran y rezan unos cuantos ancianos en las iglesias y unos pocos jóvenes el domingo de Ramos. Qué desperdicio, tantas iglesias y tan hermosas. Tantas almas piadosas que se dejaron la vida para construirlas, con sus ábsides y bóvedas, sus chapiteles apuntando al cielo al que anhelaban tocar con las puntas de los dedos y de las almas.
Por supuesto creo que esta era de Acuario ha de ser una era en la que cada uno decida cómo quiere que sea su vida, y cuál es su nación. Lo contrario chirría con la esencia y el significado más sincero de Acuario. Y eso ha de llevarnos a sentirnos más cerca y no más lejos, porque sólo en el ejercicio del respeto y la admiración podemos entablar buenas relaciones conyugales o de vecindad. Aunque para llegar a ello hay que blandir la espada y cortar el odio y el miedo. No será hasta entonces que proclamaremos la verdadera libertad de nuestra alma.
Recuerdo una ocasión, una de las muchas en las que he realizado ejercicios de pedagogía con los ciudadanos estadounidenses. Le explicaba a uno que en España se hablan cuatro lenguas que son cooficiales en sus territorios junto con el español, etcétera. El muchacho me miró atónito y con ese sentido común y sintético que tienen los americanos me preguntó: ¿Entonces el resto de españoles aprenden esos otros idiomas? Me quedé a cuadros. ¡Que lógica más aplastante y a la vez vergonzosa! ¿A cuántos españoles les interesa aprender catalán, vasco o gallego? ¿A cuántos?
Está claro que la Constitución Española de 1975 quiso poner orden a varios asuntos urgentes, entre ellos el de las lenguas de las comunidades llamadas “históricas”, que Franco había prohibido. Pero por supuesto lo que no podía hacer era inspirar un deseo de empaparse de esa cultura o literatura, porque su papel no era ese. Y me temo que tampoco lo fue el de muchos gobiernos centrales que lo único que han hecho ha sido limitarse a realizar un acto de tolerancia. Las actividades promocionales de cada lengua,  ¡que las hagan sus ciudadanos en sus territorios!
Dios, inmutable, siempre misericordioso y lleno de amor, no deja de manifestarse, sin embargo, en nuestras cotidianidad, allá donde se le niega y escupe, tanto a Él como a sus elegidos, difuminado en la Impersonalidad impersonal a través de la solidaridad, de las buenas obras y el amor al prójimo anónimo que prodigan tantos voluntarios de un extremo al otro de la geografía española. ¿Acaso la propia Naturaleza no nos regala Su más preciada esencia?
A ese espíritu de unidad es al que apelo hoy. Al Espíritu que no puede contenerse en la forma y que, sin embargo, habita inmortalmente en ella como fuego sagrado inteligente, que fluye libremente y que arde sobre el altar del corazón de todo hijo e hija de Dios*. Porque creo firmemente en la hermandad de los pueblos, y me siento profundamente catalana cuando veo y vivo la tierra donde nací en esta vida, igual que me siento profundamente americana cuando veo y vivo la tierra donde he aspirado profundas bocanadas de aires de libertad.
No importa dónde miremos, Dios está presente, lo reconozcamos o no. Ahí radica su magnificencia. ¡Oh, Dios, qué grande eres!

*Djwal Kul, Activar los chakras, Porcia Ed., 2003, pág. 90.