lunes, 18 de mayo de 2015

¿Quién tiene el poder en la economía mundial?


Leo en el periódico La Vanguardia del día 12 de mayo pasado (contraportada) una entrevista a Susan George, doctora en Ciencias Políticas y licenciada en Filosofia, nacida en Ohio y residente en París. La reproduzco casi entera porque me parece muy interesante la investigación que ha llevado a cabo durante 60 años acerca de las compañías que gobiernan la economía del mundo desde Estados Unidos y Europa, y sobre todo quíén pagará los platos rotos: los agricultores y los consumidores, es decir, todos nosotros.

Menciona su último libro: Los usurpadores. Cómo las empresas transnacionales toman el poder, en el cual disecciona el TTIP (Tratado de Libre Comercio Transatlántico) y explica la amenaza que representan las transnacionales: "Están muy bien organizados, tienen muchísimo dinero, acceso a los políticos, están en todos los comités de expertos europeos de todos los sectores y su capacidad de influencia es mucho mayor que la de cualquier oenegé. Sólo si la sociedad civil está informada y presiona podremos detenerlos".

Susan George explica que estas corporaciones determinan las políticas oficiales desde el comercio, las finanzas, los impuestos, la sanidad, hasta la agricultura o la alimentación, y lo hacen mediante lobbies de sectores industriales formados por organizaciones transnacionales que tienen inmensos presupuestos para intervenir en los asuntos mundiales. Hay incluso empresas --añade-- cuyo volumen de ventas supera el PIB (producto interior bruto) de muchos de los países en los que operan.

Sus investigaciones a lo largo de 60 años le han llevado a concluir que son las clases baja y media las que acaban pagando la deuda de los países en forma de austeridad o el llamado ajuste estructural, mientras que las clases privilegiadas pueden disfrutar de los préstamos y no tienen responsabilidades. A los países del sur de Europa más Irlanda les recortan los presupuestos sociales y suben impuestos a la clase trabajadora a través del IVA (Impuesto sobre el valor añadido), mientras bajan los impuestos reales a las grandes corporaciones a través de mecanismos fiscalmente un tanto opacos, preparando estratégicos tratados comerciales que negocian secretamente, de modo que ese cambio, que Susan George denomina "el ascenso de la autoridad ilegítima" se ha ido instalando.

Los gobiernos democráticos, por su parte, transfieren gran parte de sus decisiones a esos gigantes transnacionales. Todo empezó hace unos 40 años en Estados Unidos con los think tanks, reuniones de poderosos hombres de negocios que crearon la nueva ideología neoliberal --prosigue S. George--. Gastaron billones de dólares de fundaciones privadas conscientes del beneficio que les reportaría. Así fueron extendiendo sus pilares y convenciendo a la sociedad de que si no tienes dinero es responsabilidad tuya y que los impuestos más bajos para los ricos hacen una economía más fuerte.

Esos superpoderosos pertenecen a la clase Davos, esa que se reúne anualmente bajo el paraguas del Foro Económico Mundial y cuyo objetivo es sencillamente gobernar el mundo. El 85% de sus participantes provienen de corporaciones y bancos. Y llevan años planificando y luchando para instaurar la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), que es un intento de obtener una hegemonía comercial planetaria; un acuerdo que les permitirá establecer las reglas que rigen unas operaciones comerciales valoradas en 2000 millones de euros diarios y que rigen las economías de las zonas más ricas del planeta.

Los acuerdos TTIP se desvelaron en el 2013 --aclara S. George-- pero su minuciosa preparación se remonta a hace más de veinte años. Todo arrancó con el Diálogo Comercial Transatlántico (TABD) convocado por el Departamento de Comercio de EE.UU. y la Comisión Europea para armonizar las economías de ambas potencias. Las 70 empresas miembros del TABD se han dedicado desde entonces a explicar a burócratas y políticos cuáles debían ser las certificaciones y regulaciones adecuadas para que la economía funcione.

Esos acuerdos no son públicos --apostilla--, no sabemos en qué consisten los múltiples acuerdos TTIP, pero sí sabemos lo que quieren esas compañías: una carta de libertades para las transnacionales, un catálogo de derechos exentos de responsabilidades.

En cuanto a los sectores europeos más afectados por el tratado TTIP, comenta que son la alimentación y la agricultura. Los pequeños agricultores serán los grandes perdedores.

A la pregunta de cómo afectaría eso al consumidor, la respuesta es tan clara como alarmante: Ni se plantea si los europeos tienen o no derecho a saber si la carne que comen está hormonada y llena de antibióticos si aceptan que los productos modificados genéticamente no estén obligados a llevar una etiqueta que lo especifique o que se acepte tratar la fruta con plaguicidas, hoy teóricamente prohibido en Europa.

Para muestra un botón: En Europa se han prohibido 1200 productos químicos, en Estados Unidos, sólo 12. La industria química quiere que se desregulen las leyes medioambientales y laborales para vendernos sus productos. "Y podríamos seguir hablando del fracking y de los gigantes farmacéuticos".

Ciertamente son datos para meditar y para que actuemos cada uno en la medida de nuestras capacidades. Y si crees que no puedes hacer nada, estás equivocado: ponlo en manos de quién tiene el poder de verdad: Dios.

  



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