martes, 3 de octubre de 2017

Sobre el referéndum en Cataluña

Vengo de un huracán en Miami y me encuentro un tsunami en Cataluña.

Me comentó una de las maestras de la escuela Montessori, donde mi hija hizo la preescolar y que visitamos todos los veranos durante nuestras vacaciones de verano en Miami, que había oído que Catalunya se quería separar de España; y a continuación preguntó: ¿será eso bueno para España?
Bueno, Miss Gómez, le dije, no sé si será bueno, pero sí le puedo decir que es una reivindicación histórica, y me miró con cara de no entender lo que le decía. Cosa nada extraña, obviamente, porque Miss Gómez se encuentra bastante lejos de conocer la realidad histórica o política o social de Cataluña no sólo físicamente.

Esa distancia en muchos aspectos de los americanos (y me refiero no solamente a los de los Estados Unidos, también a los de todo el continente), ha motivado que escriba esta nota aclaratoria para amigos y conocidos nuestros quienes, tal vez, como Miss Gómez, miren extrañados las inquietantes noticias acerca de Cataluña.

No esgrimo poseer la verdad ni la razón; cada cual juzgue por sí mismo. Y después de leer lo que quiero contarles, interprete los noticieros de televisiones y periódicos acercando o alejando la lupa de su discernimiento.

Cataluña es una región de España situada en el nordeste de la península Ibérica, limítrofe con Francia por el norte, con Aragón por el oeste, con la región valenciana por el sur, y bañada por el mar Mediterráneo por el este. Cataluña, una nación milenaria, con lengua, derechos e instituciones propias, no ha sido parte, sin embargo, de lo que hoy se conoce como España sino desde hace 300 años, cuando finalizó la guerra de Sucesión europea en la que España se alió con los franceses y Cataluña, con los austríacos y los ingleses; estos últimos abandonaron finalmente a su suerte el principado de Cataluña, que, tras una sangrienta lucha que comportó la pérdida de decenas de miles de vidas humanas, fue incorporado a España, colocando el rey francés Luis XIV a su nieto Felipe como nuevo rey de España (con el nombre de Felipe V). Este rey, en reprimenda a los catalanes por su apoyo al candidato Carlos de Habsburgo y su obstinada resistencia y pírrica defensa de la ciudad de Barcelona contra los ejércitos francés y español, promulgó el Decreto de Nueva Planta, que abolía todos los derechos y privilegios históricos de los catalanes, y les imponía una serie de cargas tributarias, las cuales se siguieron imponiendo por los sucesivos reinados de España de forma abusiva. Los catalanes siguieron trabajando y, pese a todas las trabas e inestabilidad política de los siglos posteriores, con sus luces y sus sombras, consiguieron labrar un terreno fértil y próspero a donde han ido llegando gentes de todos los lugares, incluidos otros pueblos españoles que se instalaron en esta tierra hasta hoy día, en que numerosos ciudadanos europeos y de otros países y etnias han establecido aquí su residencia.

Para hacer “el cuento corto” y no alargarme demasiado, pues no es mi intención hacer un panegírico de Cataluña o los catalanes, sí quiero resaltar algunos datos que creo interesan para entender el conflicto actual y por lo que puedan leer en la prensa, que con mejor o peor intención, a veces magnifica los hechos hasta distorsionarlos.

Es cierto que después de la terrible guerra civil que asoló España entre 1936 y 1939 (Mussolini ayudó a Franco bombardeando Barcelona repetidas veces), y los 40 años de la dictadura de Franco, España inició en 1975 un período de democracia bajo la forma política de una monarquía parlamentaria (con el rey Juan Carlos), y se aprobó una Constitución en 1978, que confería derechos y reconocimiento a las llamadas regiones históricas (léase País Vasco y Cataluña), que también votaron los catalanes, y posteriormente un Estatuto de Cataluña, que los catalanes acogieron con gran alegría y buen ánimo, puesto que todo en conjunto era una bocanada de aire fresco después de tanta penuria a lo largo de buena parte del siglo XX. Téngase en cuenta que Franco, a diferencia de otros dictadores, ordenó la ejecución de presos políticos durante todo su mandato, no sólo en los primeros tiempos represivos, incluso hasta poco tiempo antes de fallecer, en 1975.

En España se han sucedido diversos gobiernos a lo largo de este período democrático de 40 años, alternados principalmente entre el Partido Popular (de derecha) y el partido socialista (de izquierda). La aprobación del partido comunista con el inicio de la democracia fue un gesto democrático, en el amplio sentido de la palabra, no por más simpatía a los comunistas que a gente de otros partidos, sino porque se entendía que era un modo de dar cabida a toda forma de pensamiento político, es decir, de libertad de pensamiento. Así había ocurrido en otros países europeos, y España tenía que empezar a ponerse al nivel europeo, como le correspondía. Esta es una de las diferencias con los Estados Unidos.

Cataluña, en estos 40 años de democracia, fue gobernada por un partido democristiano (Convergència Democràtica de Catalunya, que luego pasó a ser Convergència i Unió, al unirse con Unió Democràtica de Catalunya; ambos recientemente divorciados y desde entonces ha pasado a llamarse PDeCat, Partit Demòcrata de Catalunya). El sentido de nación con identidad propia cultural y lingüística desplegó de nuevo sus alas en este período, con el apoyo de la mayoría de ciudadanos que votaron a este partido, y ello se plasmó en una nutrida legislación propia en las competencias propias establecidas por la Constitución Española y en la lengua catalana, símbolo de esta identidad y vehículo comunicativo de la gran mayoría de ciudadanos catalanes, que dejó de estar prohibida y se incorporó a los currículums escolares y en la sociedad. Fue lo que se denominó “normalización lingüística”.

El calentamiento actual, si se me permite el símil con el fenómeno meteorológico generador de huracanes, se ha venido produciendo desde el año 2006, cuando se aprobó una reforma del Estatuto catalán (ley básica emanada de la Constitución que regula la región catalana) para incorporar más libertades al pueblo catalán, que fue impugnada posteriormente por el Partido Popular; y la oposición de este partido ha ido in crescendo hasta hoy, alimentada primero por una mayoría absoluta del partido conservador, y por otras alianzas cuando solo ha tenido mayoría simple, estos últimos años; con el partido socialista en la última legislatura, a pesar de las pocas afinidades entre ambos.

Los numerosos casos de corrupción que han salpicado a todos los partidos en el gobierno tanto de España (muchos investigados e imputados en causas judiciales) como de Cataluña (este último en la persona del histórico líder Jordi Pujol, por enriquecimiento ilícito de sus hijos aprovechándose de la posición del padre) no han hecho más que echar más leña al fuego de las recriminaciones entre unos y otros. Cataluña, con una quinta parte de la población de España, contribuye con el 20% al producto interior bruto, y recibe mucho menos a cambio. Esta es otra de las quejas que esgrimen los catalanes. No se olvide que los norteamericanos se sublevaron contra los ingleses hasta obtener la secesión porque no querían pagar más impuestos a la corona británica.

Yo diría que lo que más ha enturbiado las relaciones con España es la falta de respeto hacia el pueblo catalán por parte de los gobernantes españoles (y de una parte importante de ciudadanos de España que los han votado). Respeto en su más simple sentido.
El pueblo catalán pide la celebración de un referéndum para decidir su futuro como nación. Lo pide por boca de los partidos que constituyen mayoría del parlamento catalán. El Tribunal Constitucional declaró ilegal el referéndum; y en este punto quiero destacar un hecho nada irrelevante: que los miembros de este Alto Tribunal son designados en su mayoría por el partido que está en el gobierno, es decir, el Partido Popular. Este hecho denota falta de separación de poderes en el Estado español y es una lacra en la democracia de este país, pues las sentencias que emite ese Tribunal benefician directamente los intereses del partido gobernante.

El gobierno catalán tiene como consigna que este sea un proceso pacífico, y de ello nos hacemos eco quienes vivimos en Cataluña, al salir a la calle estos días y encontrar movilizaciones de gente en muchas calles de Barcelona que se manifiestan de forma pacífica, sin altercados ni violencia. Confiamos que siga siendo así en los días y en los tiempos por venir, pues esto no ha hecho más que empezar.

Se han hecho repetidos intentos desde hace varios meses por parte de Carles Puigdemont, Presidente de la Generalitat (gobierno de Cataluña) de sentarse a negociar con Mariano Rajoy, presidente del gobierno español; incluso viajando a Madrid en varias ocasiones. El gobierno español se ha limitado a decir NO y punto; y a emprender una batalla judicial contra quienquiera que participase en este “desafío secesionista”, como gustan de llamar algunas personas.

En un intento de llamar la atención internacional sobre este atropello de los derechos más fundamentales en un país democrático, el gobierno catalán apeló a las más altas instancias europeas, que, obviamente declinaron pronunciarse a favor de nadie alegando que se trataba de un asunto interno de España.
En las últimas semanas y los días recientes estamos viendo como ha habido una escalada alarmante de intentos de control policial de nuestra ciudad, a donde se han mandado cientos de agentes de la Guardia Civil que se hospedan en tres buques fondeados en la costa de Barcelona, y a los que en tono jocoso se les llama “Piolín” (porque lleva uno de ellos estampado un dibujo de este personaje infantil de dibujos animados, y por cierto leía ayer en la prensa que la empresa Warner ha obligado desde los EEUU al gobierno español a cubrir o retirar esa imagen, supongo que para evitar equívocos acerca del patrocinador de la operación).
Un despliegue policial similar al que hubo cuando vino el Papa, sugieren algunos medios: se solapan guardias civiles, policías nacionales y mossos d’esquadra (estos últimos son la policía propia con plenas competencias en Cataluña, capaces de resolver asuntos de cualquier tipo, desde secuestros o homicidios hasta atentados terroristas).
Semejante control del gobierno mediante la policía y las medidas coercitivas del gobierno de España, que ha ordenado que se disuelva la Junta Electoral, se precinten los colegios electorales, se confisquen las papeletas para votar y se investiguen y arresten a los implicados y responsables en este referéndum, ha hecho saltar las alarmas –ahora sí— de las autoridades europeas que se sonrojan ante semejante atropello de los derechos fundamentales de expresión y reunión, mientras lanzan mensajes diplomáticos al Sr. Rajoy para que se siente a negociar con los catalanes. Pero este, erre que erre, ¡no señor!

Esta semana ha acudido a Washington para reunirse con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump quien, en la rueda de prensa manifestó públicamente que “nadie sabe lo que va a pasar; aunque mucha gente se va a oponer” y añade diplomáticamente que los catalanes deberían quedarse en España porque es un país muy bonito. ¡Desde luego! ¡Y menos beligerante, comparado con Corea del Norte!

Por supuesto, ni siquiera al Sr. Trump o a sus consejeros se les ha pasado por alto que en Cataluña no son el Sr. Puigdemont y sus secuaces (o un puñado de comunistas) quienes piden el referéndum, sino cientos de miles de ciudadanos que esperan una respuesta de su gobernante, que no es otro que el Sr. Puigdemont, a quien confiaron su voto en las últimas elecciones.
A mis amados lectores allende los mares tal vez les surja una percepción: la democracia en España todavía está haciendo “baby steps”, como dicen los estadounidenses. ¿Qué son 40 años comparado con los 300 que llevan ellos?



Cuando empecé a escribir este artículo, todavía no había llegado la fecha del referéndum: 1 de octubre.

Ahora sigo escribiendo el día después: 2 de octubre.

Nuestra vida en Barcelona sigue siendo la misma, me paseo por el centro de la ciudad y todo ha vuelto a la normalidad –la gente camina y acude a sus lugares de trabajo, los turistas pasean, las tiendas están abiertas, los bares y restaurantes se llenan de clientes…-- pero algo ha cambiado desde ayer, 1 de octubre, después de la celebración de un referéndum que los policías del gobierno español trataron de abortar sembrando el miedo y la violencia, mas los ciudadanos (NO SUS GOBERNANTES: LOS CIUDADANOS) no lo permitieron, aun a costa de sufrir agresiones y ataques. No hace falta abundar en detalles: bastan las imágenes vergonzosas y vergonzantes que todos hemos visto en la televisión.

Recibimos una grabación por whatsapp de una chica joven que, sollozando, cuenta cómo fue literalmente arrancada escaleras abajo, mientras uno de esos policías le iba rompiendo los dedos uno a uno, y luego le manoseaba los pechos. Al final, concluye: “Había mucha maldad, ¡mucha maldad!”. Y le pide a su amiga, a quien manda el whatsapp, que le dé máxima difusión a su mensaje. Yo pregunto: ¿está ese comportamiento dentro de los límites del ‘mantenimiento del orden’?
Pese a ello, muestras de solidaridad se multiplicaron por doquier: mesas fuera de los centros de votación ofreciendo comida y bebida donada por voluntarios mientras había larguísimas colas para votar, gente abriendo un espacio para dejar pasar a los ancianos y discapacitados físicamente para que pudieran votar sin hacer cola…

Debo admitir que algo ha cambiado también en España: mucha gente se manifiesta en Madrid y en otras ciudades. Algunas personas –tal vez no las suficientes, tal vez por miedo—protestan ante los medios de comunicación por las violentas descargas policiales (con pelotas de goma, porras y disparos al vacío).  Es obvio que aún quedan por transmutar registros del franquismo.
Los ciudadanos catalanes (a día de hoy todavía somos españoles) nos merecemos algo más de respeto.

We may be stubborn, but not criminals.

Quizá habríamos puesto este mensaje en una pancarta gigante en medio de la plaza Catalunya para que la viera desde el aire alguna cámara en un helicóptero, algún dron, y se hubieran enterado en todo el mundo. Pero no era posible. El gobierno español había cerrado también el espacio aéreo. Sólo las cámaras de los teléfonos móviles y las televisiones in situ pudieron captar las imágenes que de todos modos han dado la vuelta al mundo. Barcelona ha vuelto a ser el blanco de las miradas de todo el planeta. Por segunda vez en este año. Por circunstancias dramáticas también.
No sabemos lo que va a pasar. Tal vez haga falta una mediación internacional para ayudar a resolver este conflicto. A corto plazo no se van ya a sentar a negociar las partes implicadas. Las actuaciones policiales de ayer dinamitaron los puentes que podían aún conectar las dos orillas.
Pero miro más lejos. Y confío en que este, como todo, sea un estado pasajero hacia esta transición a la era de Acuario, una era de hermandad y amor. Por el momento, nos toca vivir lo que meses atrás denominé “los dolores de parto de la era de Acuario”. Yo me siento muy honrada de ser testigo de este momento histórico tan importante. Sigo pidiendo a Dios que revele la verdad de toda esta situación y confío, como siempre, en que con el tiempo, pondrá las cosas en su sitio. No me cabe duda.

¿Qué es la “unión de España”? ¿La “unidad de España”? ¿Existe tal cosa que ahora esgrimen algunos políticos y ciudadanos? Tal vez, Miss Gómez, ese “matrimonio” entre Cataluña y Castilla necesite una separación –consensuada o forzosa— y un día descubran sus miembros, igual que les sucede a algunas parejas, que se llevan mejor siendo vecinos o amigos respetuosos que cónyuges bajo un mismo techo.

Pido a Dios que enseñe a los pueblos a respetarse por lo que son y por cómo son, y que sus integrantes aprendan a desechar esa maldad de su corazón y a transformar toda huella de los errores del pasado en el amanecer de una nueva era. Ese tipo de comportamiento represivo forma parte del pasado, ya no es aceptable, simplemente. El odio, la arrogancia y el rencor ya no pueden alimentar nuestras relaciones como vecinos.

 Preparémonos para ver cambios como no se han visto antes. Es la era de Acuario, una era de LIBERTAD y FRATERNIDAD. Las naciones y las ciudades, como las personas, tienen signos astrológicos. Y Barcelona es Acuario.

Mis más sinceros deseos de libertad y fraternidad para todos.

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